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Inteligencia diseñada

22 abril, 2019

“We shape our tools, and thereafter our tools shape us.”
John M. Culkin, 1967

triángulo

Inteligencia delegada

En el recomendable ensayo filosófico “Nueva ilustración radical”, la profesora Marina Garcés habla, entre otros temas, de cómo la utopía solucionista apunta a un escenario en el que las personas delegamos en las máquinas la toma de decisiones, asumiendo nuestra incapacidad para resolver los problemas de un mundo cada vez más complejo, y renunciando así a la inteligencia y, con ello, a nuestra responsabilidad.

Felipe Romero, partiendo de la referencia a este mismo ensayo, describe cómo en los estudios de mercado que realizan detectan en el consumidor precisamente esa necesidad, deseo o incluso fantasía de inteligencia delegada; que el producto más allá de ayudarnos a resolver un problema, nos ofrezca la solución misma. No debería extrañarnos, ya antes habíamos delegado en la tecnología otras facultades intelectuales como la de memorizar, así que por qué no hacerlo también con la de pensar.

Si bien no deja de ser apasionante el debate sobre qué podrían (y deberían) llegar a hacer las máquinas, como diseñador aún más interesante me parece el impacto que estas inteligencias digitales y su diseño pueden llegar a tener en las personas.

En un informe publicado en 2016 por el Departamento de Transporte de los Estados Unidos, por ejemplo, se afirma que los avances en la automatización de las aeronaves, si bien han contribuido a mejorar de forma general la seguridad de los vuelos, hace que los pilotos pasen ahora mucho menos tiempo pilotando en modo manual, mermando su destreza (lo que paradójicamente puede estar entre las causas de algunos recientes accidentes aéreos).

Más allá de que podamos pensar que pilotar (o conducir un vehículo) son tareas que, por el bien de la propia humanidad, deberíamos dejar de hacer los humanos, lo que el ejemplo sugiere es que cuanto más delegamos una tarea ‘intelectual’ en la máquina, inevitablemente menor termina siendo nuestra propia habilidad para la misma.

Inteligencia cristalizada

Aunque hoy la Inteligencia Artificial esté más en boga que nunca, la realidad es que el comportamiento interactivo de la mayoría de los productos con los que interactuamos se rige por otro tipo de inteligencia, una que podríamos denominar inteligencia cristalizada (parafraseando el concepto de imaginación cristalizada de César Hidalgo). Esta inteligencia no es otra que la del propio diseñador (en el sentido amplio de la palabra), materializada en el comportamiento guionizado del producto: el conjunto planificado de estados de interfaz, condicionales, opciones y respuestas del sistema.

Tradicionalmente hemos asumido que un producto interactivo inteligentemente diseñado era aquel capaz de adaptarse al usuario y acompasar sus diferentes opciones y estados a las intenciones y objetivos de uso en cada momento de la interacción. De forma relativamente más reciente, se empieza a entender que un buen diseño no solo se adapta, sino que también incide y modifica conductas e intenciones, e incluso genera hábitos en el usuario, si bien esto se ha utilizado casi siempre con objetivos de persuasión comercial. Los diseñadores hemos aprovechado la capacidad de influir en el usuario para hacer que compre aun cuando no tenga intención, o que desarrolle relaciones adictivas con nuestros productos. Como bien resume la afirmación de Jeffrey Hammerbacher, “The best minds of my generation are thinking about how to make people click ads”.

Inteligencia diseñada

Además de manipular o influir en el comportamiento inmediato del usuario, los productos y herramientas que usamos, especialmente los de más frecuente uso, tienen la enorme capacidad de transformar a los usuarios, de mejorar o empeorar progresivamente su habilidad y destreza para la tarea o actividad en la que se enmarca el uso del producto.

¿No sería acaso esta cualidad de ilustrar o instruir mediante su uso, el siguiente nivel de la experiencia de usuario? Más allá del correcto funcionamiento, la usabilidad o el placer de uso.

Editores de texto que nos hagan mejores escribiendo, aplicaciones de correo que nos enseñen a gestionar mejor nuestro tiempo y comunicaciones, herramientas de diseño que nos faciliten aprender a reconocer las mejores opciones de composición o uso del color…

Evidentemente no dispongo de la receta para llegar a crear este tipo de herramientas, aunque sí creo que tiene al menos dos ingredientes a considerar. Por un lado, que la inteligencia del producto – las decisiones que tome por nosotros – esté orientada precisamente a hacernos tomar mejores decisiones, no a atrofiar nuestra habilidad por falta de práctica. Por otro lado se encontraría la limitación intencionada de la funcionalidad del producto, lo que Pierce y Paulos denominan “counterfunctionality”. Instruir al usuario a través de qué le permite el producto hacer, pero sobre todo a través de qué le impide o cómo limita su acción.

En próximos textos intentaré aterrizar estas ideas a través de algunos ejemplos.

5 comentarios

  1. Juan Luis Trejo Medina dice:

    Democratizar y desmifiticar la AI, educando y haciéndola participativa evitará generaciones dependientes. La necesidad requiere esfuerzo y este desencadena progreso, democratizar la AI ayudará a no romper la cadena

    Salvando las distancias, todos aprendimos a montar muebles con Ikea cuando hace años era algo impensable. A través de educación se puede conseguir lo mismo con la AI y que tengamos conciencia de cómo tomamos decisiones

    Gracias por el blog

  2. Yusef dice:

    Juan Luis gracias a ti por pasarte por aquí y tomarte la molestia de comentar!

    un saludo

  3. Kisehi Toshi dice:

    Interesante reflexión. Viene a explicar en gran medida la relación que tienen las nuevas generaciones con la tecnología (y si me apuras, explica también las dinámicas de voto que se están viendo últimamente).

  4. Yusef dice:

    Relacionado con eso último Garcés también aporta pistas en su libro, ¿para qué hacer el esfuerzo de formarte una opinión propia sobre un tema cuando puedes igualmente delegarlo en otros (políticos, medios…)?

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